domingo, 28 de diciembre de 2025

Ingesta calórica y “adulto equivalente”: cómo se miden las necesidades alimentarias

Cuando hablamos de consumo de alimentos, no todas las personas necesitan "lo mismo”. La edad, el sexo, el peso corporal y el nivel de actividad física, entre otras, influyen de manera directa en la cantidad de energía que el cuerpo requiere cada día. Para poder comparar hogares, regiones o poblaciones completas, la nutrición utiliza un concepto clave: el adulto equivalente.

El adulto equivalente es una unidad de referencia que permite expresar las necesidades energéticas de una población tomando como base a un adulto promedio. En Argentina, por ejemplo, esta referencia suele definirse como un varón adulto de entre 30 y 59 años, con actividad física moderada, cuyas necesidades energéticas rondan las 2.700 kilocalorías diarias. A partir de ese valor, se asignan coeficientes a mujeres, niños y personas mayores, según sus requerimientos específicos.



De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, un adulto promedio necesita entre 2.000 y 2.500 kcal por día, aunque esta cifra puede variar considerablemente. Por ejemplo, una mujer adulta con actividad física moderada suele requerir alrededor de 2.000 kcal, mientras que un niño de 5 años necesita aproximadamente 1.300 kcal diarias. En términos de adulto equivalente, ese niño representa cerca de 0,48 AE, es decir, menos de la mitad del requerimiento energético del adulto de referencia.

Este enfoque es ampliamente utilizado en estudios socioeconómicos y nutricionales. La FAO emplea el concepto de adulto equivalente para estimar la disponibilidad energética de los hogares y evaluar situaciones de inseguridad alimentaria. Según sus informes, el consumo energético mínimo recomendado para evitar la desnutrición crónica se ubica en torno a las 1.800 kcal por persona por día, aunque este valor no contempla diferencias por edad ni sexo, lo que refuerza la utilidad del adulto equivalente como herramienta analítica.

En el caso argentino, los documentos técnicos del INDEC utilizan el adulto equivalente para calcular la Canasta Básica Alimentaria. Esta canasta busca cubrir un umbral energético cercano a las 2.750 kcal diarias por adulto equivalente, ajustado según pautas de consumo locales. Así, un hogar compuesto por dos adultos y dos niños no se mide como “cuatro personas” de manera directa y proporcional, sino como una determinada cantidad de adultos equivalentes, lo que permite estimar con mayor precisión sus necesidades reales de alimentos.


Las estadísticas muestran que este detalle no es menor. Un mismo nivel de ingresos puede ser suficiente para un hogar con baja carga de adultos equivalentes, pero resultar claramente insuficiente para otro con mayores requerimientos energéticos. Por eso, el adulto equivalente se volvió una herramienta central para el análisis de pobreza, nutrición y políticas públicas.

Entender la ingesta calórica desde esta perspectiva ayuda a mirar más allá del promedio y a reconocer que alimentarse adecuadamente no es solo una cuestión de cantidad de personas, sino de necesidades concretas. En tiempos de debates sobre seguridad alimentaria y costo de vida, estos indicadores permiten poner números —y contexto— a una realidad cotidiana.


Fuentes 

Organización Mundial de la Salud (OMS). Energy and protein requirements. Report of a Joint FAO/WHO Expert Consultation

FAO (2021). The State of Food Security and Nutrition in the World

INDEC (Argentina). Canasta Básica Alimentaria y Canasta Básica Total. Metodología y resultados


Imagen 1: https://nutritionsource.hsph.harvard.edu/wp-content/uploads/2023/03/Spanish_General_HEP_Feb2015_2-1024x801.jpg

Imagen 2: Obtenida a partir de https://www.indec.gob.ar/ftp/cuadros/sociedad/serie_cba_cbt.xls 

Leer hoy: entre pantallas y páginas

 

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Durante años hemos repetido la idea de que las pantallas sustituirían por completo a los libros. El panorama actual es más matizado. Leemos distinto pero seguimos leyendo, en más soportes y con otros ritmos. La pregunta interesante ya no es si leemos, sino cómo y para qué.

Los dispositivos digitales han ampliado el acceso al texto escrito: un teléfono inteligente puede contener más libros que una biblioteca doméstica de otra época. Las plataformas de préstamo digital, bibliotecas virtuales y editoriales independientes han logrado que textos que eran inaccesibles, hoy estén a pocos clics. Por otra parte, el libro impreso conserva un valor simbólico y práctico difícil de reemplazar: no depende de baterías, permite una lectura más pausada y sigue siendo el formato preferido para el estudio profundo.

Hay estudios que muestran que el soporte influye en la forma de comprender lo que se lee. Algunas  investigaciones citadas por la UNESCO señalan que la lectura en papel favorece la concentración sostenida, mientras que la lectura digital tiende a ser más fragmentaria, asociada al escaneo rápido de información. Esto no implica que una sea mejor que la otra, sino que cumplen funciones distintas.

En el ámbito educativo, esta diferencia es clave. Informes del OECD, a partir de evaluaciones como PISA, advierten que los estudiantes necesitan desarrollar competencias de lectura profunda incluso en entornos digitales, aprendiendo a filtrar, jerarquizar y reflexionar sobre lo que leen. También, no alcanza con acceder al texto: es necesario construir sentido.

Otra consideración importante, es que cambió el lugar social de la lectura. Hoy convive con redes sociales, videos y múltiples estímulos. Lejos de desaparecer, la lectura se adaptó: clubes de lectura virtuales, newsletters especializados y podcasts que dialogan con libros, muestran nuevas formas de circulación cultural. Según datos del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, en América Latina crecen las experiencias híbridas que combinan lectura tradicional con soportes digitales.

Pareciera que el desafío no es elegir entre pantalla o papel, sino recuperar el tiempo y la disposición para leer con atención. En un contexto de sobreinformación, leer se vuelve un acto casi contracultural: detenerse, comprender y pensar. Y eso, más allá del soporte, sigue siendo una de las herramientas más poderosas para entender el mundo.

Sobre cifras, siempre en promedios

España sigue al frente de los países de habla hispana que más leen con 10,3 libros leídos por año, le sigue Argentina (5,4 libros por año), luego Chile (4,5 libros leídos por año). En cuanto a la cantidad de libros que se tienen en casa en la Argentina: El 62% posee hasta 25 libros; un 23% entre 61 y 100, y solo un 11% dice tener una biblioteca con un centenar de ejemplares.


Fuentes consultadas

UNESCO (2021). Reimagining our futures together: A new social contract for education.

OECD (2019). PISA 2018 Results: What Students Know and Can Do.

CERLALC – UNESCO (2020). Lectura en tiempos de pandemia: acceso, prácticas y desafíos en América Latina.

Clarín (29/09/2024). Cuál es el país que más lee en América Latina, según el Cerlalc. https://www.clarin.com/informacion-general/pais-lee-america-latina-cerlalc_0_FsllJOdWff.html

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